La máscara eterna
Espero que la vida no nos convierta en extraños, siguiendo el discurso de los espejos que huyen. Deseo que al cruzar una avenida, nos saludemos, y una sonrisa cubra nuestro rostro, como si fuese el mejor de los trajes. Espero y no sé si es mucho esperar, que el inevitable juego a varias bandas se simplifique y, después del gesto calculado, prosiga un fino hilo de amor, tibio como una caricia que embriaga el alma. Entonces no seremos extraños, y poco o nada dará, si se trata de una calle, una avenida o una plaza, si hay que permanecer equidistantes como los vértices de un triángulo equilátero, porque la máscara eterna habrá cesado en su eternidad, y será efímera como nuestra existencia.