¿De qué tiene miedo Misha Mikhailov? (y dieciseis)
Svetlana era un mar de dudas. Ni las conversaciones con sus amigas y confidentes la habían calmado ni los viajes que por trabajo realizaba habían podido darle la calma que tanto ansiaba, en búsqueda de respuestas, pistas, o indicios de ella misma. Tras su belleza inquieta vendría el equilibrio que su pragmatismo sabía conceder a cada situación, la inteligencia de sus argumentos, la elegancia que de cada movimiento se destilaba parecía el baile de un cisne blanco sobre un estanque de aguas en la que su escaso movimiento fuera alterado únicamente por la fuerza de una brisa que crecía de a poco. Trabajaba incansablemente, cuidaba de su hija a la que llevaba al parque al terminar la escuela y cuando llegaba a casa Dimitri la esperaba con su manojo de dudas, con su enfado, su rabia y su ira, con el hielo que en la Siberia natal de sus padres había en cada madrugada cuando ésta cambiaba su nombre por el alba, incluso en algunas estaciones aparentemente cálidas. Aquella tarde, la luz del