Cuando amaine la marea

Cuando amaine la marea,
la orilla nos recibirá con espuma, arena, piedras y sal.

Volveremos al muelle donde los barcos se amarran,
y el puerto gris y dormido
nos saludará con su austera palabra.

Estas costas que han visto
que
la vida no cambia mucho,
sólo lo justo,
en este paisaje sencillo que muestra

la arquitectura de un pueblo
formada
por la maraña de casas de pescadores,
que se envuelve al paso de nuestro caminar
y este aroma efímero a sal y yodo,
que despide
el lento partir de las flotas
rumbo al interior del mar,

tiene la estructura de una caricia,
un pañuelo que se agita
de un familiar en el muelle,
un hasta la próxima,
ojalá vuelvas pronto.

¿De qué nos preocupamos en una partida?
Aquéllos a los que amamos
y que nos aman
no salen de nuestro mundo.
Los que no nos aman ni nos amaron,
nunca estuvieron.
Por eso, el reencuentro
sucederá cuando amaine la marea,
cuando la luna seductora
y el mar seducido
relajen sus recíprocos hilos invisibles.
Llegaremos entonces a la orilla,
y seremos recibidos
por un embajador salino, el homólogo arenoso,
una embajadora espumosa,
y la cónsul pétrea,
propia del lugar.



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