La otra butaca de la casa

La otra butaca de la casa
no estaba en el salón,
donde la dinastía alargaba su esplendor,
en visitas de señoras perfumadas,
y escenas gratas de escenificación mediocre,
en la puesta escena de teatro familiar.


La otra butaca de la casa
se encontraba
al atravesar el pasillo,
los dormitorios,
el cuarto de la plancha,
el cuarto de estudio,
en un cuarto al final
donde había una televisión
y una antígua empleada de hogar,
que vivía allí como si el tiempo no pasara,
como si los relojes se hubieran detenido,
como si la arena del mar estuviera quieta
ante el impulso del viento.


La otra butaca de la casa
servía de descanso para sus jornadas sin límite,
para el amor que nos entregó,
su amor austero
sin adornos.


Su grandeza era mayor que la de cualquiera
de los que vivíamos allí.
Era el motor que todo lo transformaba.
La luz por la mañana encendida
en el fluorescente de la cocina.
Su pueblo de casas encaladas
donde me llevaba de niño.
El beso que me daba antes de decirme adiós
en el autobús.
Mi abuela pocos besos me dio pero ella me dio los que faltaban.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La isla secreta

Cuando amaine la marea

Un cuento serbio en verso (la oscura moral del antihéroe)