Querida ausente (iii)

Querida ausente:


En esta trinchera de domingo
de Agosto,
en la que me refugio contra
la incertidumbre,
reflexiono seriamente
sobre el hecho de mostrarte
mis asuntos
con tanta profundidad en el detalle,
con una frecuencia casi diaria.


A veces intenté
no utilizar la epístola cotidiana,
dedicarme a construir
historias nuevas
pero algo me dice
que eres para mí
la persona que invoca
el motivo recurrente,
que no caduca.


A veces intenté
no hablar siempre de mí,
y,
en tal caso,
parecer una especie de personaje
vanidoso y engreído,
una suerte de emperador sin trono,
que anduviera
por las calles en calzoncillos
pensando en que su vestido
era el más hermoso.


Pero ya es tarde.
Porque nunca creí en el fondo
en la línea argumental
de los hipotéticos sastres del cuento
y porque encaré
como ahora lo hago,
con actitud estoica,
el devenir del tiempo.
Ya es tarde porque me extendí en exceso.
Es tarde para explicar
este bello conjunto de errores
en forma de verso.


Después de todo,
hay algo en la incertidumbre que me atrae
y es que no ocupamos siempre
una posición estática.


Por eso,
querida ausente,
no sé cuál es la fórmula mágica,
ni me hace falta conocerla
porque eres
luz que fulge en este atardecer
más allá de las murallas.



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