Compendio sui generis de historia familiar.

Tranquilos, tranquilas, no levanten todavía la sospecha de este monólogo casi infundado.
Nadie es perfecto, y aquí tampoco nadie se salva. La ciudad de los mentideros, del Genil y del Darro tenía que ser equilibrada mediante una balanza distante, que por supuesto, aquí tampoco la van a encontrar.

· Mi abuelo era un buen hombre, que comenzó a trabajar siendo joven en la tienda familiar. No sé si recordarán una tienda que comenzó llamándose "La villa de Paris". Pues bien, además de ser un hombre respetado por sus colaboradores y resto de empresarios del sector, era una persona honrada y generosa, que según decía no tenía afinidades políticas, pero claro que sí las tenía, pues se vestía de requeté cuando tocaba y era hermano mayor de la cofradía del cristo del rescate que salía cada lunes santo en la iglesia de la Magdalena.
Presidente de la cámara de comercio, ilustre Salvador, tenía un hermano que se llamaba Luis, que se dedicaba a las labores de contabilidad y entre asiento contable, y plantilla, cuando el buen Salvador enfermó, dió un golpe de estado y se quedó con la tienda por mandato divino en la ciudad de Abel. Caín no pudo levantarse de su lecho y Abel campó a sus anchas, como un cid flaco, avariento y cruento firmando todas las escrituras para el cambio de titularidad.
Lo que no entendí nunca de aquel proceso es cómo no llegó a los tribunales y tuvimos que perdonar al ingrato y al resto de familiares.... Asuntos de la clase media.

· Mis tías eran unas mujeres hermosas, y no sólo eso: también eran inteligentes y trabajadoras. Pero tuvieron aquella extraña suerte de tropezar con algunos buscavidas que las llevaron por la calle del tormento y de la amargura.
-Érase una vez un señor de Osuna, geólogo de profesión, haciendo gala de su clase social y de su condición de tipo galante y altanero, hacía comulgar con ruedas de molino a mi querida tía en su chalet de las afueras en Sevilla, recluyéndola con seis hijos y él con sus innumerables juergas hacía de maestro de ceremonias de una obra del infierno.
Sí, Fausto no estaba presente, y él era el propio Mefistófeles.
Siempre me impresionó su capacidad para desdecir lo que sucedía, el silencio y la abnegación con la que la educaron, las monjas, y los padres confesores, de la ciudad de los mentideros y del humilladero.
-Érase un señor granadino, arquitecto de profesión, gran padre y triunfal caballero, al que se le hacían grandes ovaciones por sus asientos contables, y por la gran calidad de vida en la que sumía a sus cuatro hijos y a su señora...
Pero algo me decía que aquella mujer no era feliz, por la amargura que sus palabras destilaban, y que en las conversaciones que en casa de mi abuela se producían en Navidad los asuntos parecían entrever...
En la boda de su hija primogénita, sacó a bailar a la secretaria, como si se hiciera visible una herida de años y ahí vimos el calado del problema.
¡Todos y todas comentaban! La tubería quedaba casi desatascada.

· Mi madre no era una mujer tan hermosa, atractiva e inteligente, si cabe pero le pasó algo parecido al resto de sus hermanas.
- Érase un señor de Guadahortuna, un celador para más señas, lugarteniente y terrateniente, que jamás hizo por mí absolutamente nada.

En la ciudad de las maldades, el paisaje es hermoso pero detrás de cada fachada suceden cosas cotidianas como éstas, que les cuento, ¡no le echen la culpa al revisor del tren!

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