El escritor de bestsellers
Maurice Keller nació en Stuttgart, pero pasó toda su vida en Tübinga, hermosa ciudad donde las hubiera del sur de Alemania. De niño ya mostró pequeños éxitos en la escuela, y de mayor después de estudiar periodismo, se consagró al estudio de la literatura en lengua alemana y leyó con profundidad y cuidado a Rilke, Heine, Goethe o Hölderlin. No era el primero que decía que Hölderlin le conmovía y que su himno a la Belleza era de gusto colosal. Sin intentar cometer descaradamente un desvarío fué a la mitología clásica y leyó durante tardes enteras frente a una taza de té y todo ese conocimiento que fue adquiriendo durante los años de formación lo trasladó a su primera novela policiaca y un primer puesto en el ranking de ventas de un periódico de la prensa amarilla. Todo éso lo catapultó a la fama. Las historias del comisario Hausbrot eran seguidas por muchos lectores y lectoras en la zona de Stuttgart y su mascota, el perro Worten era famoso por su espíritu sagaz detectivesco y por la resolución ingeniosa de los casos.
Cuando llevaron su libro al cine, fue premiado por su excelente trabajo y todos y todas los académicos y los académicas del cine en Berlin le animaron a que siguiera escribiendo grandes obras de primera línea comercial pero a Maurice aquel estilo de arte no le llamaba la atención, tenía una inclinación clara hacia la cultura popular, pero aquéllo ni siquiera se parecía a un acto de divulgación y ni siquiera la historia tenía la forma de algo que se aproximara de a poco a la raíz de la cotidiana belleza. De todas formas, él intentaba adornar con buenos propósitos las anécdotas que le sucedían al comisario, describir con detenimiento las mujeres que solía frecuentar, pues en clave de superhombre del mundo oscuro de Stuttgart tenía que vérselas con mujeres despampanantes y en escenarios al límite de la velocidad con coches con gran cilindrada. Tópicos de la sociedad consumista, podrida, y acostumbrada al ideario de plástico, dirán, queridos lectores y queridas lectoras. Pues tienen razón, pero le pagaban. Tras su trabajo del que salía con las manos malolientes, como él mismo decía, los cheques con muchos números le acompañaban.
Cuando por las tardes, salía a pasear y a nutrirse de ideas con las que abanicar al comisario, contemplaba el río Neckar y en su puesta de sol lucía con una luz transparente y dorada, rozando el ocre como matiz.
Entonces llegó el buen día, después del enésimo reconocimiento por la nueva historia que había escrito del comisario Hausbrot y del perro Worten. Herr Keller se levantó de su asiento, ante un auditorio repleto de gente y pronunció un breve discurso: "Estimados señores, estimadas señoras: Gracias. Éste ha sido el último bestseller que publico, si ustedes juzgan que así debe ser llamado. Me voy a dedicar a la poesía y a la carpintería que es lo que realmente me gusta. Buenas noches. "
Fueron sus últimas palabras como escritor de bestsellers y las editoriales apenas le publicaron desde entonces, pero alguien me dijo una vez que había visto sus libros en alguna feria de poesía del norte, y que él mismo con una gran sonrisa dedicaba a los que así lo deseaban.
Cuando llevaron su libro al cine, fue premiado por su excelente trabajo y todos y todas los académicos y los académicas del cine en Berlin le animaron a que siguiera escribiendo grandes obras de primera línea comercial pero a Maurice aquel estilo de arte no le llamaba la atención, tenía una inclinación clara hacia la cultura popular, pero aquéllo ni siquiera se parecía a un acto de divulgación y ni siquiera la historia tenía la forma de algo que se aproximara de a poco a la raíz de la cotidiana belleza. De todas formas, él intentaba adornar con buenos propósitos las anécdotas que le sucedían al comisario, describir con detenimiento las mujeres que solía frecuentar, pues en clave de superhombre del mundo oscuro de Stuttgart tenía que vérselas con mujeres despampanantes y en escenarios al límite de la velocidad con coches con gran cilindrada. Tópicos de la sociedad consumista, podrida, y acostumbrada al ideario de plástico, dirán, queridos lectores y queridas lectoras. Pues tienen razón, pero le pagaban. Tras su trabajo del que salía con las manos malolientes, como él mismo decía, los cheques con muchos números le acompañaban.
Cuando por las tardes, salía a pasear y a nutrirse de ideas con las que abanicar al comisario, contemplaba el río Neckar y en su puesta de sol lucía con una luz transparente y dorada, rozando el ocre como matiz.
Entonces llegó el buen día, después del enésimo reconocimiento por la nueva historia que había escrito del comisario Hausbrot y del perro Worten. Herr Keller se levantó de su asiento, ante un auditorio repleto de gente y pronunció un breve discurso: "Estimados señores, estimadas señoras: Gracias. Éste ha sido el último bestseller que publico, si ustedes juzgan que así debe ser llamado. Me voy a dedicar a la poesía y a la carpintería que es lo que realmente me gusta. Buenas noches. "
Fueron sus últimas palabras como escritor de bestsellers y las editoriales apenas le publicaron desde entonces, pero alguien me dijo una vez que había visto sus libros en alguna feria de poesía del norte, y que él mismo con una gran sonrisa dedicaba a los que así lo deseaban.
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