¿De qué tiene miedo Misha Mikhailov? (y diecisiete)
En casa de los padres de Svetlana lucía el sol en aquel día de verano. Habían ido a la estación a recogerlas después del viaje de un día entero en el transiberiano y estarían exhaustas de un trayecto tan largo.
El encuentro de los abuelos con la nieta fue una escena de ternura y afecto. El encuentro de los padres con su hija un abrazo con aroma a otra época, siempre conmovedor, siempre justo en su intensidad y en el amor entregado.
Vladivostok estaba llena de fuentes, había árboles, un puerto, la luz dorada del atardecer del estío, presagios coloristas y el amor que se traducía en una taza de café y una mesa decorada con rosas blancas y amarillas.
En el hogar de los Stepanovski había numerosos libros y un baúl lleno de disfraces preciosos que a Valentina encantaban. Pasaba las tardes pidiéndole a sus abuelos la llave de aquel baúl mágico donde cuando lo abría fantaseaba a ser la madrastra de un cuento, o el personaje del lobo en el cuento clásico del pájaro de fuego. También repasaba el argumento de Pedro y el Lobo, y agarraba una cuerda para colgar al Lobo de un árbol como lo hacía Pedro en el cuento musical de Sergei Prokofiev.
¡Valentina disfrutaba a lo grande en su habitación de juegos! ¡Era muy feliz!
Por las mañanas, salía al jardín y jugaba con su bicicleta, con el tobogán y la pelota.
¿Por qué vivir en Kazan cuando podía estar en casa de Babushka y Diedushka?
La familia de los Stepanovski llevaba muchos años en Vladivostok. Habían llegado allí por ser castigados por las autoridades soviéticas ya que habían pedido mejoras para las condiciones de vida de los obreros de la minería en la región del Donbass. Ellos no querían ser como el gran Stajanov, premiado y archipremiado, querían simplemente tener una vida buena y menos horas de trabajo.
Después de la muerte de Stalin, Stajanov había caído de los pedestales y Kruschev lo había sacado de Moscú. El gran héroe del trabajo socialista quedaba en las estatuas, y los iconos del Partido representaban algo así como ídolos de cartón y, en este caso, forjados en metal.
Todavía así, los Stepanovski eran felices en Vladivostok sobretodo cuando era verano y podían ir al aire libre y navegar en pequeñas barcas que representaban móviles pasajeros costeros.
Yelena y Yuri, los padres de Svetlana, tuvieron una noticia triste cuando se enteraron que su hija del alma viajaba a Kazan con Dimitri.
A ellos Dimitri les caía bien era un gran hombre, de respetable profesión y se percibía que la amaba, era bueno con la niña y la cuidaba.
Después de unos días en casa de los padres, Svetlana decidió contarle todo lo sucedido con ese cuadrado de afectos, odios y tramas internas a su madre.
Ella la comprendió y le transmitió todo su cariño.
"¡Hay decisiones tan duras en la vida, tesoro mío!", le solía decir.
Tras la calma después de una tormenta, salieron de nuevo rumbo a Kazan. La lógica de las estaciones es la lógica de relojes detenidos, de andenes solitarios y de historias que viajan en maletas de diferentes tamaños y donde los viajeros dejan el rastro de su paso, y las huellas de lo vivido al subirse al tren que los llevará lejos o cerca, ante la impasible mirada de los que los aguardan regresar algún día o ante el conjunto vacío que cierra esta parte con un punto y aparte.
El encuentro de los abuelos con la nieta fue una escena de ternura y afecto. El encuentro de los padres con su hija un abrazo con aroma a otra época, siempre conmovedor, siempre justo en su intensidad y en el amor entregado.
Vladivostok estaba llena de fuentes, había árboles, un puerto, la luz dorada del atardecer del estío, presagios coloristas y el amor que se traducía en una taza de café y una mesa decorada con rosas blancas y amarillas.
En el hogar de los Stepanovski había numerosos libros y un baúl lleno de disfraces preciosos que a Valentina encantaban. Pasaba las tardes pidiéndole a sus abuelos la llave de aquel baúl mágico donde cuando lo abría fantaseaba a ser la madrastra de un cuento, o el personaje del lobo en el cuento clásico del pájaro de fuego. También repasaba el argumento de Pedro y el Lobo, y agarraba una cuerda para colgar al Lobo de un árbol como lo hacía Pedro en el cuento musical de Sergei Prokofiev.
¡Valentina disfrutaba a lo grande en su habitación de juegos! ¡Era muy feliz!
Por las mañanas, salía al jardín y jugaba con su bicicleta, con el tobogán y la pelota.
¿Por qué vivir en Kazan cuando podía estar en casa de Babushka y Diedushka?
La familia de los Stepanovski llevaba muchos años en Vladivostok. Habían llegado allí por ser castigados por las autoridades soviéticas ya que habían pedido mejoras para las condiciones de vida de los obreros de la minería en la región del Donbass. Ellos no querían ser como el gran Stajanov, premiado y archipremiado, querían simplemente tener una vida buena y menos horas de trabajo.
Después de la muerte de Stalin, Stajanov había caído de los pedestales y Kruschev lo había sacado de Moscú. El gran héroe del trabajo socialista quedaba en las estatuas, y los iconos del Partido representaban algo así como ídolos de cartón y, en este caso, forjados en metal.
Todavía así, los Stepanovski eran felices en Vladivostok sobretodo cuando era verano y podían ir al aire libre y navegar en pequeñas barcas que representaban móviles pasajeros costeros.
Yelena y Yuri, los padres de Svetlana, tuvieron una noticia triste cuando se enteraron que su hija del alma viajaba a Kazan con Dimitri.
A ellos Dimitri les caía bien era un gran hombre, de respetable profesión y se percibía que la amaba, era bueno con la niña y la cuidaba.
Después de unos días en casa de los padres, Svetlana decidió contarle todo lo sucedido con ese cuadrado de afectos, odios y tramas internas a su madre.
Ella la comprendió y le transmitió todo su cariño.
"¡Hay decisiones tan duras en la vida, tesoro mío!", le solía decir.
Tras la calma después de una tormenta, salieron de nuevo rumbo a Kazan. La lógica de las estaciones es la lógica de relojes detenidos, de andenes solitarios y de historias que viajan en maletas de diferentes tamaños y donde los viajeros dejan el rastro de su paso, y las huellas de lo vivido al subirse al tren que los llevará lejos o cerca, ante la impasible mirada de los que los aguardan regresar algún día o ante el conjunto vacío que cierra esta parte con un punto y aparte.
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